Detectar un fuego a la primera chispa, un terremoto horas antes de que se deje sentir o un tornado en su etapa más inicial puede marcar la diferencia entre el daño controlado y la catástrofe. Pero, ¿cómo tener ojos en las localizaciones más remotas? Qué útil sería una tecnología capaz de monitorizar cualquier variación medioambiental en tiempo real, ¿verdad?

Esta tecnología ya existe. Bueno, o al menos, ya se encuentra en desarrollo, aunque la consultora Gartner prevé que su uso tardará aún más de diez años en popularizarse. Nos referimos al polvo inteligente o smart dust.

¿Qué es el polvo inteligente?

El polvo inteligente es la sublimación del Internet de las Cosas (IoT). Redes de sensores minúsculos, microscópicos e imperceptibles a simple vista, diseminados por millares en todo tipo de entornos y registrando parámetros constantemente.

En un estadio ideal de desarrollo tecnológico, estos diminutos objetos, conocidos como motas, estarían interconectados inalámbricamente, podrían comunicarse entre sí y con una entidad central, y no solo servirían para transmitir datos, sino que también podrían tomar decisiones basándose en su propia observación y actuar en consecuencia.

A día de hoy, estas motas llamadas a conquistar el futuro tienen ya a un exponente en los MEMS (Microelectromechanical Systems). Estos chips están presentes en coches, drones o teléfonos inteligentes para extraer información del entorno y son sensibles a variaciones en la iluminación, la temperatura, la humedad, la ubicación, la presión o la vibración exterior. También pueden percibir perturbaciones electromagnéticas o medir los niveles de ciertos químicos en el ambiente.

Aplicaciones del polvo inteligente

Quizás la nanotecnología nos resulta fascinante porque nos parece esperanzadora y críptica a partes iguales. Despierta una gran expectación por los avances industriales y médicos que nos brindará; y, a la vez, suscita temor por la intromisión en la privacidad que podría derivarse de un uso malintencionado del smart dust. Su gran virtud, en todo caso, es que permite observar sin causar alteración alguna en lo observado.

Más allá de conspiranoias e historias de chemtrails, lo cierto es que las aplicaciones potenciales del polvo inteligente podrían provocar un cambio disruptivo en los procesos de numerosos campos:

  • En la industria, las motas podrían infiltrarse en los circuitos productivos y detectar ineficiencias, averías y fugas prácticamente al instante.
  • Los medios para el diagnóstico y el tratamiento de enfermedades en la medicina se multiplicarían exponencialmente gracias a pequeñas partículas inteligentes preparadas para monitorizar la actividad en el interior de nuestro cuerpo.
  • Los MEMS han abierto ya la puerta a la agricultura de precisión: una práctica en la que cada planta recibe el agua, los nutrientes y los químicos que le hacen falta en la cantidad precisa y en el momento justo.
  • Todo esto por no hablar de las posibilidades de vigilancia ambiental, al aire libre y en espacios cerrados. Con las motas de smart dust, los trabajadores expuestos a tóxicos podrán desarrollar su labor con mayor seguridad. El control del estado del aire en las ciudades será mucho más exhaustivo, lo que permitirá tomar medidas localizadas y eficaces para corregir desequilibrios.
  • Los más ambiciosos conciben, asimismo, la organización de nubes de polvo inteligente programadas para participar en misiones espaciales y desplazarse hasta rincones remotos donde ni el hombre ni los robots han podido llegar.

¿Qué desarrollo tecnológico presenta el polvo inteligente en la actualidad?

¿Todo lo anterior te suena a ciencia ficción? Pues bien, lo cierto es que no estamos tan lejos de verlo… pero tampoco tan cerca como para que la invasión de los nanobots sea inminente. Empresas como Bosch o Hewlett Packard agregan MEMS a sus productos de manera habitual, pero estos sensores, a pesar de su reducido tamaño, no son considerados como polvo inteligente en sentido estricto. El motivo, según explica la consultora BETWEEN Technology, es que hace falta un mayor desarrollo tecnológico para que el smart dust exhiba todo su potencial. Y para ello es imprescindible superar estos cuatro retos:

  1. Tamaño. Las motas más pequeñas diseñadas hasta el momento tienen el tamaño de un grano de arroz, unos cuantos milímetros. Son diminutas, pero aún apreciables para el ojo humano. El objetivo es reducirlas hasta que alcancen dimensiones microscópicas, asimilables a las de un grano de arena.
  2. Autonomía. Con la tecnología actual, las motas separadas de su fuente de energía podrían transmitir datos durante un tiempo muy limitado antes de que se les agotara la batería. Los científicos trabajan para minimizar el consumo energético de las partículas: lo ideal sería que lograsen recargarse sin cables, mediante una comunicación wireless con la base.
  3. Fiabilidad. ¿Qué ocurre si una mota cesa en su funcionamiento de repente? En ciertos ámbitos, como el sanitario, un fallo de este tipo podría ser letal. Y la cuestión es que, por ahora, no hay mecanismos de prevención para estas contingencias.
  4. Coste. El último obstáculo en la implantación del polvo inteligente es la elevada inversión que requiere. Y aquí el problema no es tanto el coste de las partículas en sí, sino el del software, el de los satélites y el de los dispositivos de control necesarios para coordinar toda la red.

Implicaciones éticas y teorías de la conspiración

Además de estos condicionantes tecnológicos, el uso del smart dust en el futuro cercano presenta implicaciones éticas… y algunos escenarios preocupantes. De hecho, ya han aflorado supuestos gurús que acusan a los estados de practicar el espionaje internacional mediante motas de polvo inteligente adheridas a los productos que exportan a otros países. Y otros se preguntan qué nos puede pasar si aspiramos sin querer una de estas motas y esta penetra en nuestra circulación sanguínea.

Espirales del pánico aparte, ¿hasta qué punto es legal -y moral- que gobiernos y empresas desplieguen redes invisibles de pequeños mata haris para vigilarnos a cada paso? ¿Comprometerá esto nuestra privacidad? ¿Vamos camino del Gran Hermano que describió George Orwell en 1984? Como siempre, el buen o mal uso de la nanotecnología dependerá de que caiga en las manos adecuadas. Y de que la responsabilidad prenda en las instancias internacionales. Es muy posible que dentro de unas décadas los diferentes sistemas de polvo inteligente estén listos para funcionar interconectados. Llegados a este punto, lo importante será que detrás de ellos se encuentren líderes y especialistas concienciados para canalizar todo el poder del smart dust en beneficio de la sociedad.